Prólogo

Sus ojos de quinceañera lo ven acercarse por entre la gente que puebla la fiesta. Tomándole de la mano, mientras deja su asiento, acepta la invitación. Comienzan a bailar, a intercambiar miradas y palabras que nada anuncian sobre una historia futura. Él no se imagina lejos de su barrio y ella es demasiado joven como para decir amor, pero ambos se saben atraídos. En algún lugar que nadie conoce un libro se abre y comienza a ser escrito; tal vez tres o cuatro líneas de un párrafo que alguien seguirá ocho años después. Las horas pasan, los agasajados vacían sus copas una tras otra y ellos siguen su prólogo disfrazado de baile sin siquiera saberlo. La noche termina demasiado pronto, dejando en los dos la carencia de un posible beso que se pierde camino a la fiesta. Y es así que, sin darse cuenta, vuelven a continuar con la rutina de esperar que alguien siga escribiéndolos.