Mientras decían hasta siempre

Subieron el ascensor con un leve sentimiento de culpa, o tal vez fuese timidez. Abrió la puerta y la dejó entrar primera para besarle la espalda. Sabían que era quizás la última vez, esa despedida que queda marcada como el hierro candente en la piel. Ella lo miró entregandole el alma en ese acto. A través de sus ojos podía verse eso que algunos llaman amor, otros locura. No había tiempo para decir historia, pero el tiempo muy pocas veces importa en esto. Como por arte de magia cambió su ropa por el terciopelo incitante, los labios invitandolo a más. Una mano se posaba en su mejilla mientras la otra recorría el interminable camino desde su nuca hacia la cintura. Todavía podía sentirse en sus labios el sabor del chardonnay... Suavemente se dejaron caer, al igual que el vestido había caído por sus caderas, tan preciosas, tan mezcladas con lo divino, una fusión entre la santidad y lo pecaminoso, entre la adoración y el deseo. Rozó sus labios con el dedo índice, posponiendo la tan ansiada fusión con los propios. Pasó su boca por el cuello de su venus y comenzó a visitar cada rincón de su cuerpo con la punta de la lengua. Un escalofrío enterno se apoderó de ella, que le enredaba sus frágiles dedos en el pelo de la nuca. Se sentían flotar en el preciso momento de la unión. Treinta minutos que se convirtieron en horas, semanas. Un día y una noche de Brahma sumidos en un estallido de placer, fundiendose en una mirada eterna, profunda, de esas que roban el alma y a la vez la entregan. Por la ventana podía verse el mar, ese que los acompañara en el atardecer del día anterior. Soñaron entre las sábanas un reencuentro interminable, era lo único que poseían en ese momento, un sueño con el reencuentro...
Ella se vistió como si le doliera cada prenda, y con el último zapato soltó una lágrima. Llegaron a la puerta, volvieron a mirarse por última vez, en medio de ese último beso, mientras decían hasta siempre.